domingo, 31 de enero de 2010

Juego peligroso



Estaba muy frío y llovía, así que decidió quedarse en
casa pegada a la estufa. Se sentó en la alfombra y observaba por la ventana como la gente luchaba contra el viento y la lluvia. Se hizo una taza de café y la abrazó con las manos para calentarlas. Le puso dos troncos más para que ardiera con fuerza. Le encantaba observar las llamas azuladas que desprendían. Su mente comenzó a crear figuras en las llamas, al principio todo bien, pero después ya no era tan divertido. Una cara comenzó a formarse y parecía sacar brazos que querían alcanzarla. Movió los troncos, pero la cara se volvía a formar cada vez más clara y más real.
Tenía rasgos casi diabólicos, un brazo se estiraba hasta formar la punta de un tridente. Esto no puede ser posible__pensaba__ mientras seguía moviendo los
troncos. Debe ser mi mente que últimamente piensa cosas extrañas. Esto de escribir me tiene mal, ya ni duermo con tantas cosas locas que se me ocurren.
Tomó papel y lápiz y comenzó a narrar lo que ocurría.
Una chispa de la estufa le quemó la mano.
Para sorpresa de todos, un tridente le quedó por cicatriz.

¿La hora indicada?


No tenía ganas de salir, pero Amalia era su amiga y esta noche festejaba su graduación.
La fiesta sería en un gran salón del club, seguro Amalia invitaría todos esos extraños amigos que quien sabe de donde sacaba.
Desde que entró al salón, notó la presencia de un hombre que la puso muy nerviosa.
Él vestía un sobretodo negro hasta los pies y un sombrero de ala ancha.
La observó entrar y no le quitó los ojos de encima.
Ya con eso comenzó a sentirse incómoda, no le gustaba nada como la miraba aquel hombre.
Se fue al otro lado del salón, buscando sacárselo de encima, no soportaba que la mirase así, como estudiándola por dentro.
Creyó haberlo conseguido pero cuando se dio vuelta, ahí estaba él, detrás de ella perforándola con la mirada.
Comenzó a sentir escalofríos recorrer su cuerpo, se sentía débil, temblorosa.
Amalia se acercó a ofrecerle una bebida y entonces le preguntó:
__ ¿Quien es ese hombre de sobretodo y sombrero que me ha perseguido toda la noche y no saca sus ojos de mí?
__No se a quien te refieres__ dijo Amalia extrañada__no hay nadie así.
__Si es ese de allí…. Pero... donde está.
Si allí mira, se retira del salón, ¿lo ves?
__No amiga, no hay nadie… estás pálida, no estás acostumbrada a las fiestas amiga, jajaja eso es….
__Amalia, no estoy loca, ese hombre me siguió toda la noche, no sacó sus ojos de mí. Me siguió por todos lados. No me siento bien, perdona pero me voy a casa.
__Gracias por venir amiga, mañana te llamaré.

Se fue a su casa muy asustada, estaba segura de lo que había visto, no estaba loca.
Ese hombre era real, estaba allí y algo quería de ella. Bajó del taxi frente a la casa, la calle se veía demasiado oscura, el foco de la esquina no tenía luz. Le temblaban las manos, no podía poner la llave en la cerradura, cuando de pronto oyó ruidos y pudo ver en la sombras al mismo hombre de la fiesta.
Entre gritos pudo abrir la puerta y entrar.
__Que quieres de mí, que quieres…
¡Déjame en paz!!!!

Se tomaba la cabeza entre las manos, se sentó en un rincón de la cocina y comenzó a balancearse.
__No estoy loca__decía__ no estoy loca
Quieren hacerme una broma de mal gusto. Esa fue Amalia, que le encanta joder a la gente. ¡Vete! __gritó con fuerza__ ya se que te ha mandado Amalia, ¿no es cierto? ¡Vete!
Pero nadie contestó.
Allí permaneció sentada….

Al día siguiente Amalia decidió visitar a su amiga, en la noche quedó preocupada por ella, la había notado extraña, pálida, desmejorada. Cuando llegó, la casa estaba llena de policías, oyó a los vecinos comentar que en la noche la escucharon gritar, vete, vete, pero que al ir en su ayuda nadie había en el lugar. Ella estaba sola sentada en el piso, con la mirada perdida, como si hubiese alguien delante de ella.
En la mañana la encontraron sin vida, sentada en el mismo lugar, sin rastros de violencia ni herida alguna.
Amalia, entró al lugar y pudo ver sobre la cama, un sombrero negro, que le congeló el alma. Recordó lo que su amiga le había dicho en la fiesta.
Nunca se supo de que murió, ni de quien era el sombrero.

cuestión de fe



Desde muy pequeña, solía tener charlas con la abuela. Adoraba oír sus historias de su infancia y juventud.
Todo lo que contaba estaba rodeado de magia y de misterio.
Nadie contaba sus recuerdos así, al menos yo no había oído a nadie que lo hiciera.
Todas las mañanas, sentada en su mecedora, esperaba que yo viniera a cepillarle el cabello. Lo tenía largo hasta la mitad de la espalda. Parecía tener hilos de plata de tan blanco.
Me tomaba las manos entre las suyas, ya arrugadas por los años, y fijaba la mirada de sus pequeños ojitos grises en los míos.
__Mi niña _ decía con voz temblorosa_ ¿No te aburres con mis historias locas?
__Claro que no abuela, sabes que adoro escucharte.
Y no son historias locas, es más a veces he llegado a pensar que no son solo cuentos.
__Es cuestión de fe, mi niña__me dijo__Entonces te contaré la última.
__ No abuela, aún me contarás muchas.
__No lo creas, mi niña, ya estoy cansada. Mi cuerpo necesita dormir y descansar.
¡Me hacía tan mal que me dijera eso! Pero a su edad, 92 años, era lógico suponer que pronto partiría, aunque sólo imaginar esa idea me estrujaba el alma.
Comenzó por decirme que cuando era muy joven, conoció a un muchacho que siempre estaba junto al río.
Yo pasaba por allí todos los días para ir a trabajar__decía mientras los ojos se le llenaban de lágrimas__ y él siempre estaba en el mismo sitio. Recostado a un árbol enorme justo al borde del río, con los pies descalzos, casi tocando el agua. Un día vi que estaba llorando y le pregunté que le pasaba. Me contestó que estaba triste, que su familia no sabía dónde estaba y que no sabía como hacer para decirles que estaba allí. Dijo que hacía meses lo buscaban, pero que él no podía decirles dónde había estado.
Entonces yo le dije, que si él quería yo lo acompañaba hasta su casa.
Me dijo: No puedo ir, no debo ir. No me permiten salir de acá.
Bueno le dije, si quieres iré yo sola.
Si me contestó, por eso estás acá, él te eligió.
__ Abuela…. Esta historia si que me está asustando.
__No mi niña, no te asustes.
__Sigue abu, sigue.
Ella siguió contándome. Yo le prestaba mucha atención, me intrigaba muchísimo todo aquello.
__ ¿Cómo que tú me elegiste? le pregunté__ Dijo abuela.
__Si, mucha gente pasa, pero nadie me ve__ dijo casi susurrando.
Yo te daré esta monedita y te diré dónde vive mi familia.

Me dio una monedita de plata, pequeñita, con un agujerito en el medio. Me dio las instrucciones para llegar a su casa y me dijo le diera eso a su mamá y que le adelantara, que estaba bien, feliz, pero que no quería verla llorar más.
Yo medio confundida por todo, salí decidida a hacer lo que me pedía.
Él me hizo adiós con la mano y me dijo gracias.
Con tu acto, harás que por fin tengamos paz.
Yo no le entendí nada, me parecía tan raro todo lo que decía, hasta llegué a pensar que no estaba en su sano juicio, pero salí rumbo a la casa en busca de su mamá.
Era una casita pequeña, con plantas alrededor y un jardín abandonado, que en su época seguro fue muy lindo. Todavía se podían ver las flores entre los yuyos.
Llamé a la puerta y salió una señora muy desmejorada.
__ ¿Que necesita? __Me dijo.
__Vine a traerle algo de parte de su hijo__le contesté.
__Me miró y frunciendo la frente dijo: ¿mi hijo?
__Si señora, su hijo me dio esto para que se lo diera
Y me pidió que le dijera que está bien, que es feliz y que no quiere verla llorar más.
Entonces le entregué la monedita en sus manos.
La mujer ya me miraba con ojos no se si de furia o desconcierto.
__ ¿De dónde ha sacado usted esto? __ Gritó.
__Me la ha dado su hijo señora, para que se lo trajera.
__Mi hijo está desaparecido hace meses__decía llorando la pobre mujer.
¿Dónde lo vio? Señorita ¿dónde?

__En ese momento mi niña, __ decía abuela__ yo temblaba de miedo, nervios emoción, todo junto.
No sabía que estaba pasando.
__ ¿Y que hiciste abu, la llevaste al río?
__ Si, inmediatamente le dije: vamos señora yo la llevo hasta dónde él está.
Caminamos hasta el río y al llegar, él no estaba.
La mujer me quería matar, pensaba que todo había sido una broma pesada.
Entonces le dije, tranquilícese, él estaba acá y me dio la moneda.
La mujer llorando enloquecida, decía: Es que mi hijo lleva 3 meses desaparecido, no hay señales de nada, lo hemos buscado por todas partes y nadie sabe nada.
¿Por qué si te dio la moneda para traerme, se fue?
¿Por qué me hace esto? ¡Estoy destrozada!!
Y si__decía mientras caminaba de un lado a otro__ es la monedita de mi hijo, nunca la dejaba.
Yo no sabía que hacer, iba a enloquecer junto con aquella mujer, que lloraba desconsoladamente.
Hasta este lugar, era casi de él,__dijo ya casi sin voz__ venía todos los días desde que era un niño.
En ese momento pasó un policía y le contamos la situación.
Llamó por la radio a su comisario y en pocos momentos, había allí varios patrulleros.
Me sentía tan mal, no sabía si había hecho bien o mal, en aceptar llevar aquella bendita monedita.
Los policías trataban de que la mujer contase la historia de la desaparición de su hijo, como si la pobre ya no tuviera suficiente, la hacían recordar cada detalle una y otra vez.
El comisario me llamó a un costado y me interrogó a mí.
Después de contarle todo lo ocurrido, me dejo tranquila.
Volví a hacerle compañía a la mujer, que por cierto, creí caería al piso en cualquier momento.
Uno de los oficiales llamó al comisario y oí que le decía, no buscamos al muchacho en el río.
Me llamó poderosamente la atención, ya que la mujer había dicho que lo habían buscado por todas partes.
Nos pidieron que nos retiráramos del lugar y así lo hicimos.
Yo me fui con la mujer a su casa, después de todo ya estaba metida en el problema y quería saber que pasaría.
Estando ya en su casa pasadas unas dos horas, llaman a la puerta. Era la policía. Venían a avisarle a la mujer que su hijo había aparecido ahogado en el río.
La mujer quedó paralizada, no salió de su boca ni una palabra. Sólo un enorme suspiro de alivio, creo yo.
Ella en el fondo de su corazón presentía que su hijo estaba muerto.
__ ¿Abuela, pero y entonces cómo fue que te dio esa monedita?
__ Mi niña, en la vida, pasan cosas tan raras…
__ ¿Y que pasó después?
__Pasó que esa madre tuvo un lugar donde llevarle flores a su hijo. Sacó la incertidumbre de su alma y supo la verdad.
El muchacho cayó en el río, y se ahogó.
Él buscó la manera de que lo encontraran, les mostró dónde estaba.
Me eligió como intermediaria entre su mamá y él.
Fue su alma que quería descansar por fin y darle a su familia un consuelo.
La mujer me agradeció que le llevara la monedita y por decirle las últimas palabras que su hijo dijo para ella.
A pesar de todo, se la veía más tranquila, ya no tenía en sus ojos esa expresión tan rara.
__ ¿Sería su alma abuela?
__Mi niña, quiero creer que si. Quiero creer que cuando cruzamos el umbral, nuestro espíritu queda entre la gente querida pero no podemos tocarlos ni hablar.
Sólo a algunos se les permite, una última oportunidad de arreglar algo inconcluso.
En este caso él quiso hacer saber, que estaba allí, en el fondo del río. No quería ver sufrir más a su madre, que se estaba consumiendo en el dolor de no saber nada.
Esto también era muy triste, pero al menos dejaría de torturarse pensando dónde y cómo estaría su hijo.
Me despedí de la mujer y me fui a casa. Nunca olvidé aquel día. Sólo el día que yo, cruce el umbral, sabré lo que realmente sucede.
__ ¡Abuela otra vez con eso! No me gusta que hables así.
__No estés triste, ni llores__me decía__ yo siempre estaré en tu corazón. No me verás, pero siempre estaré a tu lado.
__ Abuela cómo podes tener esa certeza, cómo podemos saber que lo que pasó ese día fue eso, y que el alma de los seres queridos está con nosotros, y que vamos al cielo, y…
__ Cuestión de fe, mi niña, cuestión de fe.

Esa noche no fue igual que las demás, toda esa historia me dejó algo inquieta, con muchas preguntas y pocas respuestas. Me costó mucho dormirme.
Al día siguiente cuando desperté, mi madre entraba en mi habitación. Por su cara me di cuenta lo que pasaba.
Lo que tanto temía y tanto daño me hacía, había pasado.
La abuela se marchó. Se durmió para nunca despertar.
Ese fue el día más triste de mi vida.
Lo único que me alivió algo el corazón, fue pensar que ella estaba cansada y ya quería descansar.
Después de lo que me había dicho la noche antes, reflexioné y reflexioné.
Hasta el día de hoy lo sigo haciendo.
Creo que ella sabía que se iría y esa última historia fue para prepararme.
Opté por hacerle caso y pensar que ella sigue muy cerca de mí, solo que no puede decírmelo con palabras. Me las dice en el corazón cada vez que la recuerdo.
Mi vida cambió mucho después de esa historia y de la muerte de mi abuela.
Lo más grande y hermoso que entendí fue el valor de la verdad, porque aunque duela hace bien.
La mentira, hiere, ensucia y mata.

Ahora las historias las cuento yo.

Cuándo me preguntan por qué te aferras a la idea, de que existe otro mundo, mas allá, que nada se termina sino que cambia, que la vida es una escuela a la que vinimos a aprender, que no hay que esperar a ver para creer, sino creer para ver, yo solo les contesto “cuestión de fe”

viernes, 29 de enero de 2010

Una respuesta


Un ruido me despertó, me devolvió la conciencia. Había estado tirada allí quién sabe cuánto tiempo.
Estaba empapada, llovía torrencialmente, los truenos hacían temblar la tierra y el cielo parecía abrirse en dos con cada relámpago.
Caminé, caminé sin rumbo, sin saber adónde iba ni de dónde venía.
Parecía que mi mente se había quedado vacía. Solo un fuerte aroma a cerezos permanecía en mis sentidos.
¿Qué estaba haciendo allí si me aterran las tormentas?
¿Cómo llegué hasta allí?
Alguien pasó a mi lado y tendió la mano para ayudarme. No sabía quien era, pero algo me llamaba la atención en él.
Colgaba en su cuello una piedrita color índigo.
Tenía una mirada serena, ingenua, que me daba confianza.
Los truenos y relámpagos me hacen estremecer. Les tengo pánico.
Nunca, jamás, saldría en un día así.
Él no pronunció una palabra, pero su mirada me transmite paz y me dejo guiar por sus pasos.
Se lo ve seguro, decidido hacia donde dirigirse.
En pocos pasos llegamos a un hermoso jardín lleno de cerezos, el perfume me invadía completamente.
La lluvia comenzó a parar. El cielo se abrió y la tormenta se dispersó.
Parecía que el haber llegado allí, hacía que todo volviera a la normalidad.
Me soltó la mano y caminó hacia la casa. Yo seguí detrás de él.
Me detengo frente a uno de los cerezos y ahí comencé a recordar.
Las imágenes caen en mi mente como diapositivas. Una tras otra hasta formar la película completa.
Estaba frente a uno de los cerezos y contemplaba todo el jardín.
Me maravillaba con las flores, pajaritos, mariposas que revoloteaban a mí alrededor.
Miré el cielo, el sol. Mis perros saltaban tras las mariposas,
Mis hijos jugaban con la pelota.
Entonces me hice una pregunta.
¿Cómo sería este mundo si Dios no existiera?
Solo sentí que me desplomaba y no recuerdo más hasta que un trueno me hizo volver en sí.
Cuando giré para hablarle, ya no estaba.
Entonces mi hijo menor me dijo: ¿Qué te sucede mamá? Hace rato estás ahí parada inmóvil.
__Nada hijo, estoy bien. ¿Dónde está el señor que vino conmigo?
___ ¿Qué señor mamá?
__El que vino conmigo, mi amor.
__No mami, nadie vino. “hace rato estás acá inmóvil”.
Comencé a preocuparme. ¿Como podía ser que una persona se esfume así, como si nada?
¿Y mientras llovía que hacían?__ le pregunté.
__Mami no llovió, me dijo.
Más preocupada aún, caminé hacia la casa y al subir el primer escalón hacia la entrada vi en el piso la piedrita índigo.
Hasta el día de hoy me pregunto que pasó.
Sospecho que Dios me contestó la pregunta que le hice.
Me mostró un mundo oscuro y tenebroso pero también mandó un ángel que me rescató.
Yo creo que los dos mundos conviven.
Si buscamos a Dios, seguro será un mundo lleno de luz y sin tormentas.